Ocumare
La espera y la cata desataron en mí el espíritu de la startup dos-punto-cero. El local es, verdaderamente, minúsculo, pero el concepto – que dirían los finos – es para crear el nuevo starbucks. Una leyenda, una fortuna. Relatan que el fundador de Ocumare viajó a los últimos confines de la tierra (algunos lugares de Ecuador, remotos rincones africanos) a los que todavía vuelve para seleccionar él mismo el cacao, la vainilla y las ideas para las recetas. Y crea una experiencia: una carta breve de chocolates dulces (con leche) y amargos (negros), degustados en tazas con texturas y mezclas diferenciadas. Elijo el denominado maya, una mezcla con especias, naranja amarga y otros condimentos servido frío. Advirtieron que la cata te llevaba a recordar unas veces la naranja, otras alguna pimienta o alguna baya. No mentían. Chechi dice que es primero esto y luego el sexo. Los expertos geeks discuten sobre si el concepto es escalable (¡vaya si lo es!) o si debe seguir artesano: el fundador gusta de salir mesa por mesa a explicar toda la carta, producto a producto, y narrar la procedencia de sus materias primas, los procesos de elaboración y, seguramente, sus vivencias. El guía sevillano asegura rotundo que no se puede escalar y que, ante todo, el creador desea seguir siendo minúsculo y que no aceptará abrir en otras ciudades, ni crear cadenas y que su charla es irrepetible. Sí, es irrepetible, pero sus recetas no lo son. Pondría el dinero que no tengo pero, vaya, siempre es más emocionante que quede como un secreto y que haya que caminar por Sevilla.