Chapinero rocks
Hipótesis no validada: cada tres meses sube el nivel de hostelería en Bogotá. Test ácido: los nuevos locales de Chapinero, que aparecen prácticamente cada semana, parecen traídos por los hijos cosmopolitas de una élite social conectada por el mundo y que viaja e imita lo que ve en Europa o América. Y tienen escuela de cocina.
Si algo ha sido dificultoso en la ciudad desde que la pisé por primera vez, es disponer de ingredientes y prácticas hosteleras que hicieran regular el disfrute de la gastronomía. Por ejemplo, pan en condiciones. Por ejemplo, los quesos. Por ejemplo, hielo adecuado para los combinados.
Sentados a la mesa, me cuenta Jimmy que la burrata de Salvopatria es buena. Al parecer unos italianos – y él sabe de italianos – han montado una fabriquita de quesos y sirven esta burrata que, me advierte, no es de las búfalas italianas, pero caray qué bien que se le parece.
Y el pan que le adorna es bueno. Como el aliño de las lechugas, el punto de la carne y el delicadísimo milhojas de un hojaldre certero con un helado impecable. Ambiente hipster, oh sí, todo el mundo contaminado ya por ese juego de sillas metálicas presuntamente oxidadas que ya debe ser imposible que proceda de ningún deshecho y sean seguramente de catálogo de fabricante atento a tendencias.
Unas cervezas que ahora llamamos artesanas que no conocía. Sabrosas. La explosión de las microcervecerías en todo el mundo alguien debería estudiarla o, como poco, hacerle una película.
La escasez de oficio, delicadeces, capacidad de innovación sobre la tradición local se reduce casi cada tarde en esta ciudad y hace la vida más feliz. Y Chapinero es el refugio de microespacios que, a pesar de su inspiración internacional, hacen una versión propia que crea personalidad local.
(P.D.: creo que voy a inventar el concepto “La ruta de Chapinero”)
Etiquetas: Bogotá, Chapinero, Salvopatria