Los trae Benjamín con una sonrisa. Su discurso llama la atención sobre los restos de lluvia que quedan en los tomates, como una especie de prueba de su frescura, de su presencia en la mata puede que hasta ayer. Si no es verdad, está bien contado: saben. A tomate. Esas cosas olvidadas en los supermercados y tiendas de barrio en general. Si son de un amigo o de restos, da igual. La experiencia de vida que traen es superior a sus botellas de vino y hasta – por la rareza – el arroz que me dejo de comer a su nombre en ese pequeño sitio de
Benissa de paellas inmensas y la gramínea a mínima, insólita altura.