El final del verano. Reabren las puertas del Santa María. De lejos, veo a Versvs y a Bianca. Descendemos, pero no veo a Dani. El nuevo barman me resulta familiar. Él se anticipa y advierte que soy un habitual de Fernando del Diego. Me jura que es capaz de replicar cualquier combinado del gran Fernando. Yo, caigo. Efectivamente, le recuerdo con su cara seria. Amable pero ansioso de mostrar su competencia, espera mi respuesta. Me inclino por un Agua de Valencia, preferencia por la que soy criticado con frecuencia. Una crítica que, por supuesto, me resbala, y que no es más que la presencia de prejuicios ante lo que un buen hostelero puede hacer: no han probado lo que hace Fernando. Y no debe ser fácil de emular porque el resultado, amigos, no estuvo a la altura. Es decir, malo no estaba, pero la experiencia no era la misma. En el preceptivo diálogo barman-cliente enterao descubro que Dani ya no es responsable del local. Se inicia la caza y captura por los bares de Madrid de este talento al que, al marchar, le han subido los precios y le han quitado sus copas de autor de la carta.