Me cita
Txaber en la
puerta. Tengo prisa. En cuarenta y cinco minutos hay que improvisar comida y el chef no nos llega: dice Txaber que nos hará lo que decida. Lo hace. «Primero la almeja, luego la anchoa» advierte el servicio. Intuyo que la intensidad salina del sabor del boquerón mataría los matices de la almeja y me apresto a obedecer: es puro mar, delicada y fresca. Me sorprende que no da la sensación de frío que la conservación del molusco suele ofrecer, tiene un rarísimo punto de temperatura y los sabores son acuáticos y desbordantes. Tres o cuatro bocados más – perlas, micropiezas – y salimos corriendo al tren.